Vengo de pasar unos días recorriendo el Pirineo Aragonés y parte del Pais Vasco en Harley junto con otros 89 riders de todo el mundo. Era el final de una ruta más larga (Praga-Bilbao), en la que nos juntábamos gente de UK, Francia, Alemania, USA, Canadá, Australia, Nueva Zelanda, Eslovaquia, Bulgaria, SudAfrica… de todo el mundo, literalmente, de todo el mundo.
Mientras rodábamos, en las paradas a mitad de ruta, y luego por las tardes en el hotel, me he dado cuenta de dos cosas:
1.- Ellos miraban distinto que yo, y sobre todo VEIAN cosas que yo no veía. Yo “pensaba” que lo conocía todo y simplemente rodaba. A ellos les sorprendían los colores, los olores, los sabores, las gentes… todo era nuevo, y sobre todo, todo era bueno. Lo malo – que yo lo veía – pasaba inadvertido para ellos, deslumbrados de todas las cosas buenas que descubrían.
2.- No conozco mi propio territorio tan bien como creía. Me preguntaban por carreteras, por pueblos, por nombres de montañas, por fechas, por justificaciones históricas de construcciones, por monumentos, por costumbres locales y – para mi vergüenza – no siempre sabía qué contestar.
Ayer, volviendo a casa desde Bilbao, me dio por pensar en qué pasaría si todos mirásemos el mundo, nuestro mundo, con ojos de turista. Si nos preocupásemos más en apreciar que en criticar. Si valorásemos todo aquello que nos pasa por delante y además nos esforzáramos por entenderlo, y no por compararlo con lo que ya conocemos. Si dejáramos de pensar que lo nuestro es lo mejor. O lo contrario, que también lo veo demasiadas veces, de pensar que lo nuestro no sirve, no interesa, no aporta, y lo miráramos como si fuera la primera vez que lo veíamos.
El mundo sería un poco mejor. Y si además todos rodáramos en Harley y disfrutáramos de una cerveza fría al acabar la jornada, independientemente de nuestro país de origen, profesión o posición económica, el mundo sería la leche. Ojalá algún día lo sea.
Paz!
L.