El pasado Jueves me invitaron a dar una charla a Donosti. Antes del viaje miré la previsión, y como era buena (entiéndase por buena para este uso cualquier previsión que no incluya medio metro de nieve o el advenimiento del diluvio universal) decidí hacerlo en la Harley, para al menos darle algún aliciente al trayecto por autopista. Para no tener que parar en los peajes cogí el ViaT que llevo en el coche y busqué donde colocarlo en la moto. Como no iba a pegarle el soporte en ningún sitio, entre otras cosas porque no tengo un soporte extra, probé a meterlo en un compartimento que tiene la moto en el carenado. Llegué al peaje y… nada. No lo reconocía. Cuando salí de ese tramo y pagué, me paré en una gasolinera e improvisé un soporte en la defensa delantera. Fracaso de nuevo, no lo detectó en el siguiente peaje. Volví a hacer otro invento en el siguiente tramo de peaje y tampoco, fracaso absoluto, así que lo di por imposible y lo eché a la maleta trasera.
Pero uno es de naturaleza cabezón y me pegué todo el día siguiente pensando en cómo montar un soporte donde poder colocarlo para el viaje de vuelta. Y de repente se me ocurrió. Me lo metí en el bolsillo del pecho de la cazadora. Tan fácil y sencillo como eso. Chim-pum. Detectado sin ningún problema en todos los peajes del trayecto, que no son pocos (ni baratos!). Y yo contento de haber encontrado la solución.
Creo que en demasiadas ocasiones nos pasa algo parecido. Nos obsesionamos con buscar soluciones, y la correcta está delante de nuestras narices y es tremendamente sencilla. Nos pasa con nuestras marcas personales, nuestras presencias digitales, los usos que hacemos de los canales, incluso el enfoque con el que afrontamos muchas decisiones. La tecnología debería ser facilitadora, pero no algo de uso obligatorio. Los procesos hay que definirlos, pero no hay que obsesionarse con ellos. En ocasiones, menos es más, y precisamente lo que sobra es ruido. En todos los aspectos. Además, ocurre que en ocasiones la capacidad de nuestros interlocutores – o nuestra capacidad por explicarnos – no es la adecuada – o simplemente es distinta a la nuestra – y lo que en nuestra cabeza es algo sencillo y comprensible, se convierte en un galimatías indescifrable para ellos.
Tijera y adelante. Revisa, corta, elimina y simplifica. Hasta que no haya duda alguna de lo que quieres decir o hacer. Hasta que la única interpretación de tu mensaje sea la correcta, porque no quepa otra. Ya lo dijo hace tiempo Saint Exupéry, “la perfección no se alcanza cuando no hay más que añadir, sino cuando no hay nada más que quitar”, a lo que yo añado: La perfección está sobrevalorada. Lo importante es hacer. Así que, #HagamosCosas. Pero sencillas, por favor…
Paz!
L.